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Escrito por: Sandra Sandoval Mato

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Hay que decirlo: hace años que el rock atraviesa una cruda y, quizá, merecida crisis. El causante tiene nombre y apellido: Elpinche Patriarcado.

Esa vaina es la antítesis del Rey Midas; todo lo que toca lo hace caca, y al rock no lo salvó de las garras de los onvres ni su origen contestatario. Por décadas ha replicado el sexismo en todos sus niveles y estructuras. Se convirtió en lo que juró destruir, vaya.

 

Para probar este punto basta con echar un vistazo a la escena: de 10 bandas, al menos 7 –y lo digo con conocimiento de causa– serán la típica formación: cuatro, cinco vatos que harán rolas con temáticas machirulas ya bastante masticadas, tragadas y regurgitadas: sexo mediocre, despecho, heroísmo, traición; puro puñetazo a la pared hecho rola. Rolas que, además, dadas las penosas estadísticas, sonarán, sí o sí, en algún festival de talla internacional.


Ah, la brecha de género. Todavía se asume que las morras en la escena son (¿somos?) las acompañantes, las groupies (lo que sea que esa mierda signifique), y, que si vamos a tocar, sin importar el talento, calidad o virtuosismo, es para entretener, o peor, para que se enamoren de nosotras. En ese cavernario orden de ideas, no sorprende que la presencia femenina no alcance ni un 10% en la mayoría de los festivales. En otras palabras, las mujeres en la escena musical somos vistas como la costilla de algún cabrón que sueña con parecerse a Alex Turner o al ídolo rockero en turno.

En consecuencia, y para sorpresa de nadie, el rock se ha vuelto un prompt gastado, una producción en serie de ideas antiguas y fórmulas podridas, un discurso gris que ya resuena, representa y emociona muy poco, o casi nada.
 

Ahora, las bueeenas noticiaaaas: la inmundicia del viejo mundo poco salpica a las generaciones actuales y el oscuro legado de nuestros antepasados está llegando a su fin. ¡Adiós para siempre, prejuicios arcaicos que normalizaron la idea de que las morras deben ocupar papeles secundarios en la música –y en la vida! Rot in hell! 

 

Al rock le urge autenticidad, y ya llegaron las morras con sus proyectos reales y gritos ferales a rescatarlo de la perdición. 

 

Ni pedo; a veces tenemos que destruir para sentir algo. La buena noticia es que proyectos como Tefy Clouds están tirando los muros de piedra de la escena musical a punta de guitarras, potentes líneas de bajo, gritos, empujones y sudor. A tan solo dos años de su formación en 2022, la banda compuesta por Estefanía Bueno, Gaby Hernández y Karla Vera, está bailando con zapatos de plataforma y vestidos sobre la tumba del sucio, viejo y rancio rock. 

 

En 2023 la banda de León, Guanajuato, lanzó su álbum debut, A los ojos de Iris. Han compartido desde entonces, escenario con grandes bandas –también– de morras haciendo ruido, como Vondré, Las Nubes, Las Decapitadas, entre otras. 

 

En su sencillo más reciente, ColmiLLos, Tefy Clouds exploran de manera abstracta y visceral, emociones humanas envueltas en un velo de shoegaze, grunge, punk y noise, géneros que caracterizan su joven y prometedora propuesta musical, misma que, estoy segura, dentro de poco tiempo sonará en festivales de esos que los hombres dominan –no por mucho tiempo más. 


Se dijo al inicio de las operaciones de La Bestia Radio y se sostiene hoy: al rock, lo van a salvar las morras. 

Ruido De Otros Días

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